Las ocho competencias que recoge la LOE están provocando más de un dolor de cabeza entre la comunidad docente. De tan ambiguas y extensas en su contenido, se hace difícil su enseñanza. En nuestra opinión, las competencias son una serie de habilidades genéricas aplicables en un sinfín de aspectos de la vida real que resultarán de utilidad al alumno para desenvolverse en la actual sociedad occidental. Para evitar perderse en el amplísimo abanico de posibles planteamientos de enseñanza que permiten desarrollar dichas competencias es necesario concretarlas en unos pocos aspectos fundamentales. Esta es la misión de los objetivos educativos: sentar unas bases concretas sobre las que el alumno construirá su competencia general mediante una especie de “extrapolación”.
Al mismo tiempo, los objetivos son mucho más fáciles de evaluar. Permiten centrarse en casos delimitados y sin ambigüedades. Una competencia necesitaría de una evaluación extensísima, que tuviese en cuenta matices que no tienen cabida en un aula, lo que la haría complicada e ineficiente.
Habrá quien no necesite sintetizar para evaluar, aplicar para analizar, etc. o quien sepa sintetizar ideas perfectamente pero no logre analizarlas correctamente.
En cuanto a la taxonomía de objetivos de la educación de Benjamín Bloom, no creemos necesaria la consecución de todos y cada uno de los pasos que Bloom propone para la dimensión cognitiva del aprendizaje. Pensamos que cada alumno debería ser evaluado por su progreso individual según sus capacidades. En el caso concreto de la tecnología, las prácticas en el taller permiten cumplir especialmente objetivos procedimentales, y, en menor medida actitudinales. Para ello es necesario haber alcanzado previamente objetivos conceptuales básicos que podrán ser afianzados y ampliados durante la práctica.
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